miércoles, 22 de mayo de 2013

Anglo-menorquín

Vista la contribución inglesa al estiramiento del español de Canarias, es fácil deducir que lo mismo tuvo que ocurrir en las Baleares durante la conquista británica de Menorca en 1708 y sus repetidas estancias desde 1713 (tras el Tratado de Utrecht) hasta 1755 (entrada de las tropas francesas), de 1763 a 1782 (nueva entrada de franceses) y de 1798 hasta su marcha definitiva en 1808, tras el Tratado de Amiens. En total, una presencia de 75 años. Hay pocos menorquines que no vean en la ocupación inglesa un período de renacimiento económico y transformación social, El puerto de Mahón, por su protección natural, siempre ha sido atractivo para los navegantes ingleses y, sobre todo para los piratas. El Almirante Nelson fue un ilustre visitante, que, de paso, dio nombre a una marca de ginebra. Allí se construyó el Fort de Marlborough y un poblado sobre un promontorio conocido desde antiguo como Georgetown o Es Castell. Al igual que hicieron en Canarias, los ingleses levantaron edificios civiles como el Hospital de la Marina Británica y perpetuaron su memoria en lugares míticos como la denominada Finca de Sant Antoni o Golden Farm, supuesto lugar de encuentro entre el almirante Nelson y su amante Lady Hamilton. La arquitectura menorquina conserva la palabra boinder (de “bow window”), en referencia a una clase de ventana con arco típica de la isla. Fruto de la presencia naval y militar inglesa se conservan los topónimos Carrer del Bèrecs (inglés “barracks”, casernas) y Sandy Bay. Algunos son redundantes, como la casa de Miss House o Es jugador de Plé (“play”). También se ha usado ampliamente el híbrido anglo-menorquín bricbarca (del inglés “brig”, bergantín de doble mástil, y del menorquín “barca”). De la actividad portuaria y comercial se colgó en el menorquín la palabra berguin con el sentido de “trato”, en especial con una prostituta (de “bargain”, trato, contrato o trapicheo), y el término boi (de “boy”, grumete o chico de reparto). Esta palabra aparece entrelazada con otra de origen inglés en la expresión Quatre jans i un boi, con el significado de “cuatro gatos”, poca gente. La palabra jan es obvio que procede de “John”, en referencia al forastero inglés, fenómeno observado con forma parecida en Canarias y Gibraltar. Simultáneamente se ha venido utilizando el antenombre miledi (de “milady”, señora) con distintos valores semánticos, mujer fea o señora de buen aspecto. La sociedad elegante británica dio origen a la expresión sa volta des milord (“el paseo del señor”), en alusión a un itinerario burgués por lugares muy populares. La gastronomía menorquina conserva la salsa de asado con su nombre inglés de grevi (cuya ortografía estándar es gravy), los encurtidos llamados píquels, la pinxa (del inglés “pilchard”, procedente a su vez del latín “pilchardus” una clase de sardina) y, cómo no, el universal pudín (del inglés “pudding”), postre dulce o flan. Son famosos el gin, aguardiente inglés fabricado al estilo menorquín, o el gròg (de “grog”, licor inglés cuyo nombre nace del mote que se dio al almirante inglés Edward Vernon en 1740 por distribuir ron aguado). El menorquín contiene además un préstamo, séngri, procedente del español sangría (derivado de “sangre”) y reimportada a través del inglés sangaree (bebida especiada similar a la sangría española). En Menorca algunos ancianos todavía hablan de fer un trinqui, echar un trago (del inglés “drink”, beber). Algunos préstamos del inglés quedaron integrados en el lenguaje en forma de híbridos anglo-hispánicos o anglo-menorquines, según la lengua de acogida. Así, se conservan palabras como xumeca o xumèquer (por “shoemaker”, zapatero) o tornescru (por “screwdriver”, en español desatornillador). En algunos oficios se manejaban varios términos ingleses, acaso porque se importaron herramientas inexistentes hasta entonces, como puede deducirse de estèpel (inglés “staple”, grapadora, o modo de agrupar cosas por tamaño, anchura y longitud). Una palabra frecuente es bigail, con el valor de grande o alto. Ninguna de las interpretaciones que se dan sobre el posible origen de la palabra parecen exactas, siendo más probable que naciera de “big guy” (hombre alto o corpulento, tiarrón), con la consabida modificación fonética forzada por la geminación de g/g. La mayoría de los préstamos del inglés han recibido una ortografía natural con arreglo al estándar menorquín. Por ejemplo, siti (probablemente derivada de “settee”, sillón de dos plazas con respaldo), sútimbor (“setting board”, barrilete), tíquitil (de “tea kettle”, tetera) o xaquèns (de “shake hands”, darse la mano para saludar) reflejan formas de pronunciar naturalizadas. Nos sorprende encontrar la terminación –m en palabras como faitim (del inglés “fighting”, pelear), que en lugares remotos como Papúa Nueva Guinea corresponde a una verbalización del sustantivo inglés, como paitim, con el mismo significado. En Menorca se encuentra una palabra –mèrvels- emparentada con otra similar de Gibraltar - mebli - a través del inglés “marbles”. El mèrvels menorquí se refiere al juego de canicas, siendo mèrvil la canica misma. No deja de tener interés la situación sociolingüística de Menorca y de las Baleares en general, al iniciarse la normalización del catalán y despertar la resistencia de una parte de la población, que de ninguna manera admite la presencia de expresiones normativas catalanizantes por considerarlas ajenas a su identidad y uso tradicional. El caso es similar al ocurrido en la Comunidad Valenciana entre el movimiento integrador “Països Catalans” y el secesionismo valencianista o “blauero”. En ambas regiones se debate acaloradamente sobre si el balear –en sus variantes ibicenca, mallorquina y menorquina- y el valenciano son un residuo del antiguo continuo romance existente con anterioridad a la conquista de Jaume I, o bien el propio catalán de los conquistadores cristianos regionalizado a través del tiempo por los localismos. La manifiesta intolerancia del vernaculismo menorquín frente a la presión del grupo pro-catalán contrasta con la complacencia ante los anglicismos introducidos en la lengua local, de los que llegan a sentirse orgullosos. c) Anglo-llanito No es científico creer que existe un patrón universal para todas las tallas. En cuestión de lenguas tampoco hay posibilidad alguna de encontrar un paradigma común, excepto el que podamos crear en un laboratorio o se halle exclusivamente en nuestra mente. Por eso, al referirnos al inglés de Gibraltar -el idioma oficial de Gibraltar- nos referimos al inglés estándar, un dialecto inespecífico, alejado de connotaciones regionales o sociales, propio de una clase culta y alejado de las clases obreras o de los extranjeros y que, aún así, contiene rasgos lectales que lo diferencian de los demás dialectos personales. Cualquier modelo de una lengua es siempre ideal, intangible, invisible e inaudible, si bien se proyecta en forma de hablas individuales que nunca coinciden con el modelo. Cuando llegamos a Gibraltar, percibimos varias lenguas, tres de las cuales son, por orden de uso e importancia: 1) el inglés, como idioma normativo de la colonia; 2) el español de los trabajadores del Campo de Gibraltar que cruzan a diario la frontera y también el de los turistas españoles; 3) el denominado llanito, un híbrido de ambos. Hasta hace poco, el llanito era un dialecto anglo-hispánico que caminaba detrás del inglés, el idioma de prestigio, y se transmitía verbalmente, como le ocurre a la mayoría de las hablas diglósicas. Pero, desde hace unos años, también se escribe, normalmente en forma de cápsulas humorísticas que aparecen en la prensa local y en las cartas familiares. Y es que el llanito siempre ha sido y sigue siendo el idioma de la casta y de los amigos íntimos, tanto si andan por allá como si se encuentran a miles de kilómetros de distancia. El llanito traduce las emociones y los encuentros informales, interpreta y organiza la solidaridad entre iguales, especialmente desde el brutal cierre de la verja en octubre de 1969. “Hola, yanis”, escribe un emigrante. “Un saludo a toda la gente wena de Gib, donde tengo un montonazo de friends. Os veré en Agosto. ¡Enfriad la bitter!” Y otro exclama: “Afuuuuuuuu, que wapo ta ete sight e. Inger y Becky fasi la ma locaaaa aki!!! Viva la locaaaa, lo llani y la calentita!!!” Y otra escribe su email: “Esto es lo mejor. I have been living in inglaterra 27 jears y todavia soy mas llanita que la calentita!!!! Me emocione mucho cuando mi sobrina Depronska me dijo de este sight. yo he sido muy cotilla to mi vida y en UK no se estila eso.” La “calentita” es la autora o autor de una columna en un semanario local -Panorama- que durante años ha estado contando, en llanito, los chismes de “la Roca”. Esta serie ha servido de refuerzo emocional para muchos estudiantes y emigrantes gibraltareños en el extranjero. Conociendo un poco de inglés y otro poco de andaluz, se pueden entender fácilmente estos mensajes escritos con una ortografía atrevida y anormativa en una jerga híbrida que encierra todo un sistema de comunicación exclusivo de los gibraltareños, esa estirpe que se niega a ser engullida social, política, económica y culturalmente por su vecina España. Después de casi 300 años y tantas entradas y salidas de gente, bien poca sangre y menos espíritu quedan de los aborígenes. En cambio, gracias a y en virtud de la presión española sobre Gibraltar, obligando a parte de la población a emigrar en diversos momentos a Inglaterra, el Caribe y Madeira, siendo reemplazada por funcionarios y maestros ingleses, el idioma español pasó a una situación de subordinación respecto del inglés, y así sigue, aunque los llanitos no olvidan su dialecto interior. Hay que tener en cuenta la intensidad del mestizaje hispano-gibraltareño a través del matrimonio, el comercio, los medios audiovisuales (radio y televisión), la religión y, al menos por ahora, la apertura de la verja fronteriza. Se cuenta que la palabra “llanito” se aplicaba a los habitantes del “llano”, gente de Algeciras, Campamento, San Roque y Los Barrios que, durante la segunda guerra mundial, cruzaban la frontera para trabajar en Gibraltar y cuyo español impregnó todos los rincones de “la Roca”. Lo más probable es que la palabra “llanito” naciera en boca de esos trabajadores al oír a las mamás gibraltareñas llamar a sus yanitos (diminutivo españolizado de Johnny-Johnnito). Por extensión, comenzarían a denominar a todos los gibraltareños yanis (Johnnys), yanitos o llanitos. Así queda anotado por la joven investigadora Jennifer Dean en su lozano artículo “El cambio de código, like a Rock” (2001). Hay que tener en cuenta que los extranjeros, y todos los forasteros en general, siempre reciben un mote de los lugareños. Por ejemplo, los comerciantes o funcionarios ingleses que residían en Canarias en el siglo XIX recibían el nombre de chonis (nuevamente Johnny pronunciado a la española) o guiris (posiblemente derivado de git! ¡largo de aquí! en lenguaje tabernario, o bien de get it, tómalo). Por su parte, los españoles, durante la ocupación de Nápoles, Cerdeña o Sicilia por las distintas monarquías peninsulares, eran conocidos como bisoños, por la costumbre que tenían de pedir algo comenzando por la frase “Io bisogno...” ("necesito...”). En algunos puntos de Andalucía se llama a los magrebíes mojamas (de Mohammed). Y a los soldados norteamericanos en Vietnam se les llamaba charlis (del nombre propio Charlie, aunque posiblemente sea un residuo de Charley, antiguamente, guarda nocturno creado por Carlos I de Inglaterra -Charles I-, equivalente al “sereno” español). El llanito -el habla de los llanitos- no es un idioma en el sentido más estricto de la palabra, ni siquiera un pidgin, sino un subdialecto comparable al spanglish de Nueva York y con plenas funciones comunicativas. No contiene sólo expresiones procedentes del español, sino también restos de los otros idiomas locales, antiguos o modernos, como el judeo-español, el hebreo, el árabe, el maltés y el genovés, a conveniencia del momento y el estado emocional del hablante, aunque el léxico hispano-inglés se sobreimpone a los demás. Quien habla llanito no es que no sepa hacerlo adecuadamente en inglés o en español, puesto que la inmensa mayoría de gibraltareños son bidialectales, sino que lo emplean como sello de identidad. Cuando abren una conversación con desconocidos o con funcionarios de la administración gibraltareña, siempre la inician en inglés, cambiando de código a medida que se afloja la tensión del formalismo. Los españoles que visitan la colonia y quieren hablar en inglés lo tienen difícil, puesto que los yanis en seguida detectan su origen nacional y pasan a hablar en español, aunque con acento del istmo, la marisma gaditana contigua al Peñón. El desayuno o la comida principal tradicional de Gibraltar (como en otros lugares donde antiguamente no había otra cosa mejor que llevarse al estómago) ha sido un plato de cuércaro o cuécaro (expresión derivada de la marca de gachas de avena “Quaker Oats”). “My dear Cloti”, se lee en Calentita, “los del Foreign Office andan nervioso. I imaginate they will want to darnos el traste, pero van a tener que comer cuecaro porque the people know what they want.” (Panorama, 26-1-98). Los cafés ofrecen un tradicional desayuno inglés con huevos y bequi (“bacon”). El lanche (“lunch”, comida a mediodía) puede consistir en un arishu (“Irish stew”, cocido), untando la grevi (“gravy”, salsa) con un brique (“brick”, bollo de pan) y mojándolo todo con chichibía (“ginger beer”, gaseosa) o cualquier otro tipo de drinki (“drink”, bebida). A veces, cuando tienen prisa, se limitan a tomarse un pisup (“pea soup”, sopa de guisantes) y unos picles (“pickles”, encurtido, pepinillos en vinagre), y de postre un quequi (“cake”, pastel o tarta). Los fines de semana siempre hay alguien que celebra un pati (“party”, fiesta), donde se encuentra a gente muy choli (jolly, alegres). La mayoría se queda en casa viendo la televisho (“televisión”). En verano, los niños juegan en la calle a los mebli (“marbles”, canicas), mientras chupan un liquirba (“licorice bar”, regaliz). El duti de los tiche (“duty”, deber, “teachers”, profesores) es enseñar siempre en inglés, aunque muchos estudiantes hablan entre sí en llanito. El año escolar se divide en cuatro cuórtar (“quarter”, trimestre), al final de los cuales hay que pasá un examen (“pass an exam”, aprobar un examen). Hasta hace unos años, algunos maestros castigarían a sus alumnos rebeldes golpeándoles la mano con la rula (“rule”, regla). Los libros se compran en la shop (tienda) o se leen en las librerías (“library”, biblioteca). Por la ivining (“evening”, noche), si refresca, los paseantes se ponen un champa (jumper, jersey). Para ir al doctor se pide un apoinmen (“appointment”, cita) dando un ring (“giving a ring”, telefoneando). Si éste llega tarde, dará su apología (“apology”, disculpa). Los gibraltareños suelen ser muy cumplidores de sus diuti (“duty”, deberes cívicos), evitan la chitería entre compadres (“cheating”, trampas) y respetan las formas de cortesía británicas; todo el mundo dice tenkiu (“thank you”, gracias) cada vez que reciben algo de otros. Como casi todos se conocen, se saludan con un afternun (“Good afternoon!” buenas tardes). Los concesionarios de coches suelen vender modelos de segunda mano en muy buen estado, casi como brauniu (“brand new”, nuevos). Para comprarlo, antes hay que hacer una orden (“order”, pedido). Cuando gotea un grifo, se llama al plomero (“plumber”, fontanero). Los suelos de muchas casas, para aislarlos del frío, están cubiertos de alfombras y moquetas, que hay que desempolvar cuidadosamente con el júver (“hoover”, aspiradora). Las mujeres, sobre todo las mayores, mantienen ágiles los dedos de sus manos haciendo nitin (“knitting”, labor de punto) y disfrutando de una buena penshi (“pension”, pensión de jubilación). Los niños pequeños hacen su uiui en el poti (“wee wee”, pis; “potty”, orinal). Por lo que hace a la pronunciación del inglés, la -r de final de palabra o la que precede a una consonante son mudas, como en inglés estándar. Por su parte, la -s, en similar posición, a veces, al cambiar de código, se adapta a la pronunciación andaluza, eliminándose o glotalizándose, es decir, aspirándose. En palabras que comienzan por -s, como Spain, street, los llanitos incorporan una -e parásita: Espain, estreet. La ortografía es, lógicamente, asistemática. Puesto que el modo de transmisión del llanito es estrictamente verbal, el tipo de escritura que aparece en las cartas electrónicas que envían los expatriados gibraltareños a sus amigos y parientes a través del semanario Panorama, es personal, un simple reflejo de la fonología de los hablantes, lo que justifica su descuidada presentación.

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