martes, 17 de mayo de 2011

Markines



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L a lengua literaria vizcaina a diferencia de lo que ocurrió en el dialecto guipuzcoano, no tubo un único modelo propuesto como variedad unificada vizcaína. Una de las causas de ello es, como recuerda Itziar Laka, que “en el proceso de recuperación de los años 1870-1880 no existía ningún modelo que pudiera ser seguido: Moguel y Añibarro estaban pasados de moda, porque sus respectivos caminos no tuvieron continuación en el siglo siguiente”. A pesar de todo, a principios del siglo XX ambos modelos cobraron nuevos bríos, de la mano de Sabino Arana, fundador del Par tido Nacionalista Vasco, y Resurreción María de Azkue, lingüísta, músico, periodista y, en 1919 y hasta su fallecimiento, primer presidente de la Academia de la Lengua Vasca, respectivamente.
Arana y Azkue (así como Miguel de Unamuno) eran contemporáneos, y, conscientes de la ausencia de modelos para el dialecto vizcaíno, propusieron soluciones bien distintas. Con el tiempo, Azkue se convertirá en el primer presidente de la Academia de la Lengua Vasca, y los aranistas (Sabino Arana había fallecido años antes) se quedaron deliberadamente al margen.
Si en principio las relaciones entre Azkue y Arana eran buenas, la polémica de la Cátedra de Vascuence de la Diputación Foral de Bizkaia, que se llevó el primero (también concurrió a la misma Unamuno), enturbió sus relaciones, y les llevó –sobre todo a Sabino Arana– a posiciones encontradas. Arana rechazaba sistemáticamente toda novedad apor tada por Azkue. Ambos
mantenían por entonces posiciones puristas: mientras Azkue proponía buscar siempre un término de raíz euskérica, aunque correspondiese a un limitado dominio lingüístico y fuese utilizado por un número reducido de hablantes, y desdeñar el equivalente de raíz latina –aunque su uso fuese más extendido o más antiguo–, Arana proponía sustituir esos mismos términos por
palabras inventadas con escaso rigor filológico en muchas ocasiones. Mientras el vizcaíno de Arana se alejaba cada vez más de la realidad y de los hablantes, hasta que en sus Lecciones de Or tografía del euskera bizkaino propuso un modelo que Itziar Laka denomina “hiper vizcaíno”, Azkue se deslizaba hacia modelos integradores. Como recordó en su día el también vizcaíno
Severo Altube, el fundador del nacionalismo vasco promovió “un euskera que constituye por sí un lenguaje especial, alejado en demasía del que usa y entiende la inmensa mayoría de los euskaldunes, el llamado ‘euskera-garbi’ por los críticos, y con más exactitud ‘euskera berri’ por nuestros baserritarras”.
Por su par te, Azkue, promotor de tantas iniciativas culturales, fue también un insigne periodista. Al filo del fin de siglo, en 1897, fundó el semanario Euskalzale, en el que quiso “contribuir a esta unificación en el dialecto bizkaino”, y años después, ya a principios del siglo XX, puso en marcha el también semanario Ibaizabal, “dejando a un lado el mal llamado sistema markinés, el mogueliano, y adoptando el de Añibarro”. Sin embargo, este segundo periódico, a diferencia del primero, no estaba sólo escrito en vizcaíno, sino que fue redactado a partes iguales en ese dialecto y en guipuzcoano. Toda la trayectoria de Azkue se encamina hacia la unificación idiomática para usos cultos; toda la trayectoria de Arana y sus seguidores busca acentuar la diferencia, pues: el euskera siempre consideran que las teorías filológicas deben estar supeditadas al ideario político.
Con el tiempo, R.M. de Azkue propuso lo que él llamó “guipuzcoano completado”, y en esa variedad supradialectal –cuyo concepto era similar al del navarro-labor tano literario– escribió la novela Ardi galdua (1919). No estuvo solo en su empeño, ya que contó con toda la redacción del semanario Argia, y en especial con Bitor Garitaonaindia, un jesuita, curiosamente, de habla vizca- ína como él, y del guipuzcoano Gregorio Múgica. Así, mientras en el País Vasco continental Eskualduna mostraba con éxito los caminos de la unificación lingüística entre los dialectos de la zona, lo mismo ocurría en el País Vasco peninsular con Argia. En ese proceso, dos dialectos, los dos más extremos en lo geográfico y lo mor fológico, y debido también a su peculiar cultivo literario y periodístico a lo largo de la historia, quedaron en inferioridad de condiciones:
el vizcaíno y el suletino

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