martes, 22 de diciembre de 2015

Sociedad de Estudios Iranios y Turanios

La Sociedad de Estudios Iranios y Turanios (de ahora en adelante: SEIT) tiene como fin difundir, fomentar y apoyar los estudios universitarios sobre lingüística, literatura, historia, arqueología y antropología de las civilizaciones iranias y turanias, con fines estrictamente académicos y desde una perspectiva independiente.

http://grupsderecerca.uab.cat/fonteseurasiae/content/sociedad-de-estudios-iranios-y-turanios

jueves, 10 de diciembre de 2015

medición del Uso del Euskera en la Calle

La Medición del Uso del Euskera en la Calle es un trabajo de investigación amplio y de largo recorrido, iniciado por Siadeco y el Consejo Vasco de Cultura –CVC–, y que hoy en día, veintidós años más tarde, lleva a cabo el Cluster de Sociolingüística. http://www.soziolinguistika.eus/files/VI%20Kale%20Neurketa-%20Emaitzen%20txostena%20Gazteleraz.pdf

lunes, 7 de diciembre de 2015

pater noster

Paere noestro, qu'estas en er cielo santificao sea tu mote allegue a nusotros tu raino hagase tu volunto asina en la tierra como en er cielo er, er pan e ca dia danuslo hogaño y descurpa noestros fartamientos e la mesma moa que nusotros predonamos a los que nus fartan. Non nus ejes caer en la tentación y llibranos der mal. Amen.
http://www.um.es/tonosdigital/znum8/portada/monotonos/03-GORTIN.pdf

domingo, 27 de septiembre de 2015

La España árabe: los arabismos del español



Los arabismos de nuestra lengua son testimonio duradero de esta convivencia de siglos. La abundancia, por ejemplo, de voces de origen árabe relativas a horticultura, jardinería y obras de riego significa que la población mozárabe, y luego la población toda de la península, se compenetró de esta cultura agraria y doméstica, de ese amor al agua que los árabes, como hijos que eran del desierto, parecían llevar en el alma.

       Los cuatro mil arabismos de nuestra lengua tienen su razón de ser: corresponden a cuatro mil objetos o conceptos cuya adopción era inevitable. De manera “fatal”, el añil, el carmesí, el escarlata y hasta el azul vienen del árabe. Un caso típico: la terminología de la hechura del barco se tomó básicamente de los moros. Y un caso extremo: las palabras almaizal y acetre, que designan objetos propios de la liturgia católica, ¡son arabismos! Si no existieran tantas espléndidas muestras de la cerámica musulmana medieval, bastaría el vocabulario referente a alfarería (comenzando con la palabra misma alfarero) para saber que los cristianos españoles admiraron y aprendieron ese arte de los árabes.
       Pero los árabes fueron también horticultores, molineros, carpinteros, alfayates (‘sastres’), panaderos, cocineros (y agrónomos), marineros, pescadores, agricultores, grandes constructores y decoradores, albéitares (‘veterinarios’), alatares (‘perfumistas’), tejedores de telas y alfombras. En capítulos como estos puede dividirse el estudio lingüístico de los arabismos, lo cual equivale a conocer capítulos enteros de la historia cultural de España. De España y de buena parte del mundo.
       Entre los arabismos hay meras golosinas (almíbar, alcorza, alajú, alfajor, alfeñique…) y pequeñeces frívolas como el aladar (‘mechón de pelo’) o importantes como el alfiler. Pero siempre se ha dado un lugar prominente a “las grandes palabras”, las que se refieren al pensamiento matemático y a la especulación científica. Al pensamiento matemático pertenecen, por ejemplo, las palabras cero, cifra, algoritmo y guarismo, y la palabra álgebra. Los árabes hicieron que toda Europa abandonara la numeración, tan incómoda para sumar, restar, multiplicar y dividir. Introdujeron el concepto de ‘cero’, que no existía en la tradición grecorromana, y enseñaron un método totalmente nuevo de ‘reducción’, que eso es el álgebra. Con el pensamiento matemático se relaciona la palabra ajedrez (y sus alfiles, y sus jaques y mates): los árabes fueron quienes introdujeron en Europa este endiablado juego.
       A la especulación científica se refieren las palabras cenit, nadir y acimut, y también la palabra alquimia (con sus redomas, sus alambiques, sus alquitaras): los árabes fueron grandes astrónomos; y si alguien cree que la alquimia no significa gran cosa, es que no sabe la importancia que en la historia de la ciencia tuvo la piedra filosofal, ese ‘iksîr –de donde viene elíxir– que los árabes enseñaron, no a hallar, sino a buscar. Y además, también las palabras alcanfor, antícar, azogue, almagre, alumbre, álcali y alcohol son arabismos.
       Veamos algo más de cerca unas cuantas zonas de esa cultura hispano-árabe a través de sus manifestaciones léxicas:

Jardinería y horticultura: árboles y arbustos como el arrayán, la adelfa, el alerce, el acebuche; plantas y flores como la alhucema, la albahaca,  el alhelí, el azahar, el jazmín, la azucena y  la amapola; también  el arriate; frutas  como  el albaricoque,  el albérchigo,  el alfónsigo (pistache), el alficoz (cierto pepino), la sandía, el limón, la naranja, la toronja y la albacora (cierta breva), y tipos especiales de frutas, como el higo jaharí, la manzana jabí y la granada zafarí.

Agricultura: testimonio de la excelencia de los moros en las técnicas agrícolas son voces como alquería, almunia, almáciga, cahiz y fanega. Algunos de estos arabismos se refieren a las obras de riego: la atarjea, la acequia, el aljibe, la noria, el arcaduz, la zanja, el azud, la alberca; otros dan fe del gran número de cultivos que los moros introdujeron: la alfalfa, el algodón, el arroz, la caña de azúcar, el azafrán, el ajonjolí, la acelga, la acerola, la alubia, la celebradísima berenjena, la chirivía, la zanahoria, la algarroba y la alcachofa (y tipos especiales de alcachofa, como el alcaucil y la alcanería).

Economía y comercio: ceca ‘casa de moneda’ (y monedas como el cequí y la maravedí), almacén, alcaicería ‘bazar’, atijara ‘comercio’, albalá ‘cédula de pago’, almoneda, dársena, alhóndiga, alcancía, almojarife, alcabala, aduana, tarifa y arancel; pesas y medidas: azumbre, arrelde, alqueire, celemín, adarme, quilate, quintal, arroba.

Arquitectura y mobiliario: alarife ‘arquitecto’, albañil; adobe y azulejo; zaquizamí ‘artesonado’ (y luego ‘desván’); tabique y alcoba; alféizar y ajimez; albañal y alcantarilla; azotea, zaguán y aldaba. La palabra ajuar es árabe, y entre las piezas del ajuar se cuentan el azafate, la jofaina y la almofía, la almohada y el almadraque ‘colchón para sentarse en el suelo’, la alfombra, la alcafita ‘alfombra fina’, la almozalla (otra especie de alfombra), el alifate ‘colcha’ y el alhamar ‘tapiz’. (Vale la pena observar que, hasta entrado el siglo XVII, en los “estrados” de las casas hispánicas había pocas sillas, y en cambio toda clase de cojines, almohadones y tapetes, como en tiempo de la morería).

Vestimenta y lujo: telas como el tunecí y el bocací; prendas como la almejía ‘túnica’, el albornoz, el alquicel ‘capa’, la aljuba o jubón, el gabán, los zaragüelles ‘calzones’, las alpargatas, los alcorques ‘sandalias de suela de corcho’; la albanega, el ciclatón y la alcandora eran prendas femeninas; la cenefa y el alamar, adornos del vestido. Entre los arabismos hay también nombres de perfumes y afeites, como el almizcle, la algalia, el benjuí, el talco, el solimán, el alcandor y el albayalde, y de joyas y piedras preciosas , como la ajorca, la arracada, el aljófar ‘perlas pequeñas’, la alaqueca ‘cornalina’ –y las alhajas en general.

Música y regocijo: al lado de instrumentos como el adufe, el rabel, el laúd, la guzla, el albogue (y el albogón), la ajabeba, el añafil y el tambor, las manifestaciones ruidosas del alegría: la algazara, la albórbola o albuérbola, la alharaca, el alborozo, las albricias. (La palabra algarabía, que hoy puede sugerir también griterío animado, como de niños o de pájaros, fue originalmente ‘la lengua árabe’; su contraparte era la aljamía).

“Arte” militar: la alcazaba ‘ciudadela’, el alcázar, la rábida, el adarve, la almena y la atalaya; el alarde, la algara, el rebato y la zaga ‘retaguardia’; el almirante, el adalid, la algara, el arráez ‘caudillo o capitán’, el almocadén ‘jefe de tropa’, el alcaide y el alférez; la adarga, la aljaba y el alfanje; también hazaña parece ser arabismo.
       (En cierto momento Don Quijote le da a Sancho Panza una leccioncita sobre arabismos: “Este nombre albogues –le dice– es morisco, como lo son todos aquellos  que en nuestra lengua castellana comienzan en al, conviene a saber almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía y otros semejantes, que deben ser pocos más”. Don Quijote está aquí algo distraído: en primer lugar, alba y alma, y otras muchas palabras que comienzan con al- no son ciertamente moriscas, y en segundo lugar, como puede comprobarse con sólo pasar los ojos por las incompletísimas listas anteriores, los arabismos con al- no son “pocos más”, sino una cantidad enorme. Ese al- es el artículo árabe, que en los arabismos ha quedado incorporado al resto de la palabra. Por lo demás, el artículo está asimismo en palabras como acequia, adelfa, ajonjolí, arrayán, atarjea y azahar, aunque reducido a a- por efecto de la consonante que sigue. Las palabras jubón y aljuba significan lo mismo, como también los topónimos Medina y Almedina. Se dice “el Corán”, pero puede decirse igualmente “el Alcorán”, y alárabe era sinónimo de árabe).

       Gran parte de esto –observan algunos– no se originó en la cultura islámica. Muy cierto. Pero ahí radica justamente la peculiar “originalidad” de esa cultura. Los árabes, que dejaron muladíes devotos dondequiera que estuvieron –desde España, Portugal y Marruecos hasta el lejano Oriente, pasando por Sicilia, los Balcanes, Egipto (y grandes zonas del sur de Egipto), el Levante mediterráneo, Mesopotamia, Persia y la India–, dondequiera adoptaron también las cosas que hallaron buenas. Muchos de los arabismos, y entre ellos los “grandes” arabismos cuentan sintéticamente esa historia. A menudo, en efecto, las palabras de donde proceden no son originalmente árabes, sino adaptaciones de voces de las gentes con quienes los árabes tuvieron trato. El más prestigioso de esos países es Grecia. El papel de adaptadores y transmisores que desempeñaron los árabes en cuanto al saber helénico, comenzando con varias de las obras de Aristóteles, se reflejaba en palabras como adarme, del griego drachmé, o adelfa, del griego daphne, o albéitar, donde hace falta cierto esfuerzo para reconocer el griego hippiatros ‘médico de caballos’. Hay así arabismos procedentes, no digamos ya de Marruecos, de Egipto o de Siria, sino de Persia, la India, Bengala y más allá. El cero y el ajedrez, por ejemplo, nos llevan a la India; la naranja y el jazmín, a Persia; el benjuí a Sumatra, de donde los árabes traían ese incienso aromático, y en la palabra aceituní está encerrada no la aceituna, sino la remota ciudad china Tseu-thung, donde se fabricaba ese raso o seda satinada. En el caso de España, por una especie de paradoja, abundan particularmente los arabismos procedentes ¡del latín! Las palabras latinas castrum, thunnus y (malum) pérsicum (‘manzana de Persia), para poner tres ejemplos sencillos, no habrían dado origen a alcázar, atún y albérchigo, respectivamente, si no hubiera sido porque pertenecieron al habla familiar de los moros.
       Algunos arabismos nunca fueron populares, desde luego, tal como ahora no es popular buena parte del vocabulario científico o técnico, o del que emplean las clases sociales refinadas. La palabra almanaque fue y sigue siendo popular; cenit, nadir y acimut son bien conocidas, pero alcora ‘esfera celeste’ no figura sino en uno de los libros técnicos de Alfonso el Sabio. Así también, arracada sigue siendo popular, mientras que la palabra alhaite ‘sartal de diversas piedras preciosas’ no está documentada sino en dos testamentos de reyes. Los arabismos alcora y alhaite son puramente históricos. También han pasado ya a la historia no pocos arabismos que fueron usados normalmente por toda la gente. Algunos desaparecieron porque las cosas mismas desaparecieron.

       Salvo   muy  contadas  excepciones   –los  moros latiníes, las  granadas zafaríes, etc.–, los arabismos hasta aquí mencionados son sustantivos. De igual manera, son sustantivos, en su gran mayoría, los nahualismos del español de México. Es lo normal en toda historia de “préstamos” lingüísticos. Tanto más interesante resulta, por ello, el caso de los adjetivos y de los verbos tomados directamente del árabe (directamente: sin contar algebraico, alcohólico, etc., ni alfombrar, alambicar, etc., sin contar tampoco azul, escarlata, etc., pues los nombres de colores lo mismo pueden ser sustantivo que adjetivos). He aquí los únicos que recoge Rafael Lepesa*:

Adjetivos:
1) baldío significó ‘inútil’, ‘sin valor’ y de ahí ‘ocioso’;
2) rahez significó originalmente ‘barato’, y pasó a ‘vil, despreciable’;
3) baladí es hoy sinónimo del galicismo banal; el significado primario puede verse en las “doblas baladíes” acuñadas por los reyes moros cristianos, pero muy inferiores en este caso, ‘de segunda clase’;
4) jarifo era, por el contrario, ‘de primera clase’, ‘noble’, y vino a significar ‘vistoso’, ‘gallardo’;
5) zahareño, que significa ‘arisco’, era el halcón nacido en libertad (en los riscos), apresado y adulto, difícil de domesticar, pero estimado por su bravura;
6) gandul, que hoy significa ‘vago’ y ‘bueno para nada’, no era originalmente adjetivo sino sustantivo, y además significaba muy otra cosa: Alfonso de Palencia, en su Vocabulario de 1490 (poco anterior a la toma de Granada), dice  que gandul es “garçcón  que  quiere casar [que  está  en  edad  de casarse, pero  es  soltero], barragán  valiente, allegado  en  vando, rofián”; o sea: muchacho  arrojado,  de  armas  tomar –barragán es elogioso–, amigo de formar pandilla con otros de su edad y condición; no muchos años después, los españoles se topaban aquí y allá, en tierras de América, con grupos de indios jóvenes, fuertes, belicosos, y apropiadamente los llamaron “indios gandules”;
7) horro significaba ‘de condición libre’, ‘no sujeto a obligaciones’; “esclavo horro” era el emancipado;
8) mezquino era el ‘indigente’, el ‘desnudo’ (con matiz compasivo), pero acabó por significar (con otro matiz) ‘miserable’, ‘avaro’.
       Algo en común tienen estos ocho adjetivos: todos ellos son enérgicamente valorativos.

Verbos:
1) recamar era ‘tejer rayas en un paño’ (se entiende que era un quehacer muy especializado;
2) acicalar era ‘pulir’;
3) halagar era también ‘pulir’, ‘alisar’.
       Los tres verbos se referían, pues, al acabado perfecto de una obra de artesanía; pero halagar se trasladó por completo a la esfera normal: ‘tratar a alguien con delicadeza, con cariño’ (alisarle el cabello) y de ahí, por corrupción, ‘adular’, ‘engatusar’. (Se puede añadir un cuarto verbo, el arcaico margomar, sinónimo de recamar).

       También proceden del árabe los pronombres indefinidos fulano y mengano, la expresión de balde o en balde (del mismo origen que baldío), la partícula demostrativa he de “he aquí”, “he allí”, el importantísimo nexo sintáctico hasta (cada vez que decimos “desde… hasta” hacemos funcionar una estructura gramatical “mestiza”), y algunas interjecciones, como el arcaico ¡ya!, muy frecuente en el Poema del Cid (se puede “traducir”, por ¡oh!), y sobre todo el frecuentísimo ¡ojalá! (‘¡tal sea la voluntad de Alá!’), que en la Europa renacentista pudo prestarse al chiste de que los españoles adoraban al Dios islámico.
       No menos interesantes son los arabismos “semánticos”, los que no pasaron al español con su materia lingüística, sino sólo con su espíritu. La costumbre de decir, por ejemplo, “si Dios quiere”, o “que Dios te empare”, o “don Alonso, a quien Dios guarde”, o “bendita la madre que te parió”, es herencia de los árabes.
       En cambio, la influencia del árabe en la morfología de nuestra lengua es muy tenue: el único caso seguro es el sufijo -í de marroquí, alfonsí, sefaradí, etcétera. En cuando a la pronunciación, la huella de árabe es nula. A finales del siglo XV, Nebrija creía que tres sonidos del español, la h de herir (jerir), la x de dexar (dehesar) y la ç de fuerça (fuertsa), sonidos inexistentes en latín, eran herencia de los moros, y en nuestros días todavía se oye decir que la j española de ajo y de juerga, inexistente en francés y en italiano, se nos pegó del árabe. No es verdad. A esos cuatro sonidos se llegó por una evolución plenamente romántica, y su parecido con otros tantos fonemas árabes es mera coincidencia. Todos los arabismos de nuestra lengua se pronunciaron con fonética hispánica.
Antonio Alatorre

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*Historia de la lengua española (1941).

En Los 1001 años de la lengua española, Fondo de Cultura Económica, México, 2002.

'Falemos galego', los bables y el caló

El caso gallego es extraño. Debería ser la región o nacionalidad que conservase más puro y nítido su idioma -un idioma que por la acción de, imperio colonial portugués se extiende por todo el orbe, ya que el portugués es un dialecto del gallego- y, sin embargo, no ha sido así. El gallego se encuentra hoy fuertemente castellanizado. Y aun en zonas rurales se habla un gallego bastante podrido o moteado de palabras y giros castellanos.

Las burguesías gallegas -que no son tales, sino en su pervivencia de la figura del cacique-, al igual que las de Euskadi y a diferencia de la burguesía nacionalista catalana, se inclínaron de antiguo por el castellano, teniendo como cosa de baja condición social expresarse en su idioma materno, si bien una intelectualidad tan notoría como notable (de Castelao a Rosalía, pasando por Curros Enríquez) fueron paladines de un galleguismo que utilizó el bello idioma galaleo como la principal bandera de la cultura y reivindicación de su mismidad.El gallego, idioma anterior al castellano, no fue nunca tan reprimido por las instancias oficiales como el catalán o el vasco. Eso es lo cierto. En nuestros días, con el régimen autonómico gallego ya en pleno vigor, sería de esperar una notoria recuperación del idioma propio aun en los medios ciudadanos, ya que ahora la moda se ha invertido y hasta los políticos burgueses y viejos colaboradores directos de Franco (de Fraga a Meilán Gil, pasando por los Rosones) tienen a gala dirigirse a sus paisanos en gallego.

"Eu só galego como a ti" fue el eslogan fraguista en la última campaña electoral. Mientras José Luis Meilán, que colaboró directamente con Laureano López Rodó, el hombre que repetía "descentralización, sí; regionalismo, nunca, que es separatismo", escribe su libro Por fin unha terra nosa (aunque luego resulta que lo escrito dentro está en castellano, y gallego sólo es el título).

La enseñanza del gallego en la escuela será, por otra parte, el elemento básico y sustancial de su recuperación, que se completaría más aceleradamente si coptaran con una amplía programación en gallego en televisión y radio.

En la actualidad, el gallego rebasa los límites de sus fronteras con Asturias y León. Se introduce en el Principado por su parte occidental y lo hace en León por la extensa comarca de El Bierzo, que un día lejano fuera provincia independiente. Y aunque la copla popular diga "No me llames gallega, / que soy berciana, / cuatro leguas p'arriba de Ponferrada", lo cierto es que más tiene de gallega la comarca que de leonesa. Igual acontece en la misérríma comarca montuosa de Los Ancares, la tierra de las viviendas circulares con techo de paga -las pallozas- que se asientan tanto en Lugo como en León.

Los bables

Normalmente, cuando el común ciudadano lee o escucha la palabra "bable" lo identifica con el idioma que en su día se habló en las Asturias. Y es cierto, pero el bable pasó en los tiempos de la Reconquista a tierras del Reino de León, llegando en formas dialectales a tierras extremeñas de Cáceres y, aunque anterior al castellano, fue luego absorbido en gran parte por la lengua de Castilla la Vieja.

El bable astur, en nuestros días, la verdad es que es hablado por muy pocas personas, pese a los esfuerzos de algunas minorías integrantes del Conceyu Bable, que hasta ha editado un Diccionariu manual bable-castellan, de la doctora Josefina Martínez Alvarez.

¿Que ye la llingua asturiana? Pues hoy poco más que una reliquia histórica, pese a que algunos -muy pocos- pretendan que se estudie en la escuela y hacer de Asturias una comunidad bilingüe. Lo cierto es que lo que resta del bable hay que buscarlo en apartados pueblines rurales o marineros y algo más en el habla de los vaqueiros de alzada.

Lo que sí quedan son expresiones peculiares, intercalación de algunas palabras o arcaísmos y hasta diferencias en la construcción de las frases, amén de una fonía, de una música en el habla. De manera más dulcifícada, el bable oriental se adentra por tierras cántabras -que antes eran llamadas las Asturias de Santillana- hasta cerca de la propia Santander capital, y su influjo es notorio sobre todo en los valles de Llébana y Cabuérniga.

La mayor diferencia estriba en la utilización de los diminutivos: en Asturias acaban en ino-ina, y en Cantabria, en uco-uca.

Amén de palabras y expresiones sueltas, la diferencia con el castellano en la actualidad estriba en la distinta forma de pronunciar algunas letras: por ejemplo, no hay sonido de la v, sino tan sólo de la b; la h se hace j y ésta se suele cambiar por una especie de x.

Los vaqueiros

Como los vaqueiros de alzada astur-leoneses fueron durante siglos una especie de "raza maldita" (al igual que los agotes navarros, los pasiegos santanderinos, los chuetas mallorquines y los maragatos zamoranos), muchos llegaron a decir que su habla no era el bable, sino otra muy distinta.

Lo cierto -según se ha probado hasta la saciedad- es que los vaqueiros hablaban bable, si bien su aislamiento multisecular y su tipo de vida trashumante subiendo y bajando a las brañas para que el ganado paste le conferían al lenguaje -y aun esto perdura hoy- modismos específicos y, sobre todo, el habla vaqueira posee diptongos decrecientes ei, ou (keisu, cousa), utiliza mucho el sufijo oiru, y en cuanto a las consonantes emplea mucho el fonema ts; también acaban los infinitivos en e (cantare, cantar; beitsare, bailar). En resumen, sí se puede hablar de un día.lecto vaqueiro.

De Sanabria a la Maragatería

Por tierras leonesas ya hemos visto el influjo del gallego en Ell Bierzo, algo más al sur por donde Zamora linda con las montañas de Orense, la comarca sanabresa donde se ubica el lago de Sanabria, donde hace años se derrurribó la presa de Ribadelago matando a tanta gente, se habla un dialecto, el sanabrés, que todavía conserva su pureza en el pueblo de San Ciprián.

Más interés acaso tenga otro dialecto bable, el maragato, en muchas formas parecido al habla vaqueira y que, como aquélla, contiene gran cantidad de arabismos (por otra parte comunes también al habla castellana). Los maragatos también utilizan los infinitivos terminados en e y asimismo, aunque es menos frecuente en i (colgari, por colgar; salari, por salir, etcétera).

Más perdidos, pero aún con expresiones propias que el viajero curioso o mínimamente atento no dejará de observar, están los dialectos de las tierras zamoranas de El Aliste y El Sayago, así como del campo charro salmantino.

El extremeño está claramente influido por el castellano-leonés en Cáceres y por el andaluz en Badajoz. Y así podemos encontrar unas formas especiales de hablar en lo que el poeta Gabriel y Galán llamó la tierra del "Cristu benditu". "Porque semos ansina, semos pardos...", que cantara el también poeta extremeño Luis Chamizo. Las terminaciones en u en vez de en o son muy utilizadas en tierras cacereñas, al igual que en Asturias y Cantabria.

Los dialectos andaluces

Qué duda cabe que los andaluces hablan el castellano, pero las variedades fonéticas son muy importantes de una provincia a otra. Poco tiene que ver el almeriense con el "ronquío" jiennense o el sevillano con el onubense. Léxica o sintácticamente no existe un andaluz (como no sea la jerga del peor "folklorismo" que utilizaban los hermanos Alvarez Quintero para "escribir en andaluz") o el célebre letrero que apareció en una calle de Sevilla que rezaba así: "Ay cá p'ancalá" ("Hay cal para encalar").

Podríamos incluir aquí el caló, el idioma de los gitanos que todavía conserva su fuerza en Andalucía, aunque los gitanos, por su vida trashumante, estén en todas partes, si bien los gitanos "estantes" o sedentarios y otros muchos se ubiquen en esta zona de España. Hoy, el caló ha degenerado mucho, castellanizándose, pero sigue siendo un dialecto importante que encontró su culminación en la época de más persecución contra la raza gitana, entre los siglos XVI y XVIII.
E. Barrenechea

jueves, 24 de septiembre de 2015

latín

Antigua lengua indoeuropea que se hablaba en la región del Lacio, se extendió por todo el imperio romano y constituyó el origen de las lenguas románicas; ha sido y es lengua utilizada por la iglesia católica y fue lengua de cultura hasta la Edad Moderna.

http://ephemeris.alcuinus.net/

El mozárabe

El mozárabe, romandalusí o romance andalusí fue el conjunto de hablas romances que se hablaban en los territorios de la península Ibérica bajo dominio musulmán a partir de la invasión árabe (año 711) y posiblemente hasta el siglo XIII. Las hablas mozárabes se desarrollaron en los territorios de los reinos musulmanes de Al-Ándalus, y se cree que eran habladas principalmente, aunque no únicamente, por los cristianos mozárabes que en ellas vivían. Las hablas mozárabes desaparecieron a partir del siglo XIII, tras la Reconquista, al ser sustituidas o fundirse con las lenguas de los reinos cristianos (galaico-portugués, leonés, castellano, navarroaragonés, catalán), no sin aportar al menos algunas palabras al lenguaje cotidiano actual. Para la escritura de las lenguas mozárabes se usaba en algunos contextos, como las jarchas, la aljamía, es decir, la escritura árabe. Al principio del siglo VIII d. C. y durante varias generaciones el romance peninsular fue la lengua predominante en las tierras conquistadas por los musulmanes. Sin embargo la presión de las élites musulmanas y la emigración de gentes del norte de África fue afianzando tanto la lengua árabe con la religión musulmana hasta que llegaron a ser predominantes, al menos en algunos territorios. Hacia el siglo X el romance del área islámica ya mostraba diferencias sistemáticas con el resto de lenguas romances del norte, tal como muestran los arcaísmos fonéticos del mozárabe. El mozárabe fue perdiendo importancia en el área musulmana, y perdió hablantes frente al árabe. La emigración de muchos mozárabes a los reinos del norte en épocas de represión hacia esa población, también hizo disminuir el número de hablantes. Hacia el siglo XII o XIII quedarían muy pocos hablantes de mozárabe, salvo en localizaciones muy aisladas. La conquista cristiana de las tierras musulmanas, hizo que los pocos focos mozárabes hubieran abandonado el romance autóctono en favor de las lenguas romances de los reinos cristianos del norte, o bien simplemente ambos tipos de lengua se fundieron, por lo que hacia el siglo XIV puede darse por extinto o prácticamente extinto el mozárabe, y tal vez antes. En los reinos cristianos quedaron bolsas de hablantes de árabe andalusí hasta al menos el siglo XVII en que ocurrió la expulsión de los moriscos, pero entre estas personas ya no había hablantes de mozárabe.